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días antes.
Hace
mucho supe que mi vida ha sido más aventurera que la de las personas promedio.
No es que eso sea muy difícil, con solo haber viajado tanto es suficiente para
resaltar... Y desear quedarse en un lugar fijo, algo que le supliqué a mi madre
desde los seis años, hasta que Selena me cumplió el deseo, harta de mi
insistencia, poco después de cumplir los once.
Antes
de eso, y según mi pasaporte, he andado por nueve países y cinco idiomas.
Fluidamente, solo hablo dos y medio, pero no estoy sordo a los otros seis.
Porque conozco más idiomas que los propios de los países en que he estado.
Pronto sabrán por qué.
El
inicio de mis viajes y mi vida fue en Puerto Rico. Nací en la madrugada del treinta de enero de 20… .
Mis padres estaban varados en la isla, visitando al pequeño pueblo costero
natal de mi madre. Tuvieron la mala suerte de que, al día siguiente de su
llegada, el cielo decidió provocar una tormenta tropical justo encima de sus
cabezas y, a la vez, yo quise nacer a los ocho meses de gestación importándome
muy poco las condiciones en que estaban. Y por condiciones, hablo de carreteras
cerradas por deslizamientos y un hospital a tres horas de distancia... En un
día soleado.
Pero
no hubo mayores problemas. Había una partera en la casa: mi madre.
―Nunca
voy a olvidarlo. ―Siempre que Ben contaba la historia, se sonreía mucho y
miraba de tanto en tanto hacia mi madre, como intentando avergonzarla al
halagarla―. En un minuto, está gritando
que soy el culpable de su suplicio y me tritura la mano con su garra para que,
al instante siguiente, esté pidiéndome que mantenga la tranquilidad, teniendo
toda la paciencia del mundo para explicarme cómo traerte al mundo.
―¿Y
la abuela? ―preguntaba yo, sabiendo de antemano su respuesta. Y Ben no me hacía
esperar:
―Tu
abuela iba de allá para acá, llamando por teléfono, poniendo ollas bajo las
goteras, barriendo el agua que se colaba hasta por debajo de las paredes y
poniendo velas por doquier cuando se fue la luz. ―Aún con su fuerte acento
danés, mi padre logra unas muy acertadas impresiones de los gritos angustiados
de una señora puertorriqueña histérica y en apuros―. ¡Oh por Dios, que hay una
gotera en la cocina...! ¡Muévete Juan, muévete a por los trapos! ¡La virgen nos
proteja...! ―Se santiguaba compulsivamente, y movía los brazos en alto con cada
nueva exclamación. Yo no paraba de reír―. No, no, no, que llames a la
ambulancia. No, no, hombre, que vayas por el agua caliente... Tranquila
mi`jita, tranquila. Todo irá bien, todo irá bien. ¡Juan, que el agua se mete,
Juan! ―y siempre terminaba de imitar a mi abuela para hacer una impresión de su
esposo. Se encorvaba, entrecerraba los
ojos perezosamente, y su voz se volvía gruesa y arrastrada―: Sí, cariño. Sí, ya
voy... Y ahí iba tu abuelo Juan, haciendo esto y lo otro, dejando todo a medio
hacer para iniciar una nueva tarea según los deseos de la abuela. El pobre
terminó todo regañado, pero era el más tranquilo de todos ahí.
―¿Y
cuando yo nací?
―Dejó
de llover, el cielo de iluminó, la abuela se sentó, el abuelo sonrió y todo fue
felicidad para nosotros dos ―mi madre terminaba la historia con algo por
estilo, tan cursi como puede ser ella, y abrazándome siempre, con un beso
incluido.
Mi
padre contando toda la historia y mi madre terminándola. Creo que es en lo
único que parecían coordinarse natural, perfecta y amistosamente. En eso y
cuando él le tiraba cuchillos, claro...
Viví
en Puerto Rico por mis primeros ocho meses de vida. Luego, la jornada de viajes
inició. Tal vez porque mi madre necesitó espacio para sobrellevar la muerte de
su querida hermana en un accidente. Selena tiene esa manía de que, a gran
evento doloroso en la vida, gran cambio de dirección. No soy tan iluso para
creer que lo haya cambiado del todo, no al menos hasta que pase alguna tragedia
que la rete a quedarse aquí.
-o-
Mi
primer recuerdo es correr detrás de una bola de colores y con estrellas rojas,
que rebotaba y rebotaba en la arena y topó con una gran pata gris de tres dedos
gordísimos. Como si la bola le hubiera golpeado, ésta se levantó por encima de
mi cabeza. Recuerdo mirar hacia arriba y ver la base de la pata, llena de arena
y heno. Pero no temí que me aplastara, porque oí el trompetazo agudo de Alma, y
vi como ella puso la pata por encima de la bola con calculada suavidad. Y
recuerdo que reí y reí mientras mi padre me agarraba desde atrás y me ponía
sobre sus hombros. Vimos como mi madre bajaba desde el cielo, envuelta en telas
brumosas y moviéndose fluidamente, hasta el lomo de Alma, en donde se mantuvo
en pie e hizo el saludo, brazo en alto y enorme sonrisa, como pidiendo y
agradeciendo una gran ovación…
Ése
es el primer recuerdo que tengo, a la vieja elefante Alma curvando su trompa
para tocarse la frente, trompeteando a la vez que yo aplaudía y aplaudía a mi
madre. Y solo fue un ensayo para la gran función del día siguiente. Dice Selena
que eso sucedió cuando tenía tres años, en los tiempos en que mi madre, mi
padre y yo aún vivíamos en el Circo del tío Joen. Bueno, el Cirkus Månen (Circo Luna), en el que él
aún hace funciones como mago y el que no es de su propiedad, sino todo lo
contrario.
Extrañamente,
casi no recuerdo el espectáculo en sí ni las ciudades en donde estuve, aunque
sé, por fotos, que hice muchos paseos y que presencié las funciones como
espectador varias veces.